El Sínodo es uno de los frutos más bellos e importantes del Concilio Vaticano II. La sinodalidad debería ser el estilo y el modo de vivir y de trabajar de la Iglesia, expresando su naturaleza de Pueblo de Dios, pueblo que camina junto y que, convocado por el Señor y guiado por el Espíritu, se reúne en asamblea para discernir la forma de anunciar el Evangelio a los hombres de su tiempo. La sinodalidad invita a la Iglesia a pensarse en su ser constitutivo y en su acción misionera. La palabra Sínodo es un término que indica la Iglesia: “Iglesia y Sínodo son sinónimos, Iglesia es el nombre del Sínodo” (San Juan Crisóstomo). Podríamos decir que “la Iglesia es un Sínodo que vive y trabaja en sinodalidad”. El objetivo de un Sínodo, por tanto, es discutir y comprender juntos, como Pueblo de Dios, los caminos a recorrer sobre la vida de la Iglesia y su misión en el mundo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra algunos momentos importantes de la vida de la Iglesia primitiva en los que el Pueblo de Dios está llamado a reflexionar y decidir sobre las primeras cuestiones y controversias que surgen en la Iglesia. Los protagonistas de estas asambleas son el Espíritu Santo y los discípulos, que escuchan su voz para identificar las decisiones que hay que tomar (como la elección de “siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, a los que se confía la tarea de “servir a las mesas“) o para abordar la cuestión de la misión a los gentiles o la forma en la que son parte de la Iglesia. El relato del llamado “Concilio Apostólico de Jerusalén” (cf. Hch 15 y Ga 2, 1-10) muestra que el verdadero protagonista es el Espíritu Santo: los discípulos lo escuchan dóciles para discernir y decidir. Este Concilio es un verdadero acontecimiento sinodal en el que la Iglesia, en presencia del Señor resucitado, toma decisiones importantes sobre la misión que le ha confiado Jesús mismo. A lo largo de la historia, este acontecimiento será considerado como el modelo para los Sínodos celebrados posteriormente por la Iglesia: el Espíritu Santo es el protagonista y todos son actores en el proceso de discernimiento, aunque con papeles diferentes: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…» (Hch 15,28).
Sínodo y sinodalidad son algunas de las palabras clave del pontificado del Papa Francisco. El proceso que puso en marcha en octubre de 2021 y que lleva por tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” tiene el objetivo de esbozar las orientaciones pastorales de la Iglesia para los próximos años. En septiembre de 2013, el padre Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, preguntó al Papa Francisco: “¿Cómo podemos reconciliar el primado petrino y la sinodalidad en armonía?”. El Papa Francisco respondió: “Debemos caminar juntos: el pueblo, los obispos y el Papa. La sinodalidad debe ser vivida en varios niveles. Tal vez sea hora de cambiar la metodología del Sínodo, porque la manera actual me parece estática” (La Civiltà Cattolica 164, (2013/III), p. 466). Un par de años después, el 17 de octubre de 2015, el Papa Francisco pronunció un discurso en el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, decidido por el entonces Papa Pablo VI y, entre otras cosas, afirmó: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, está ya todo contenido en la palabra ‘sínodo’. Caminar juntos -laicos, pastores, obispo de Roma- es un concepto fácil de poner en palabras, pero no tan fácil de poner en práctica”. Todos los bautizados son protagonistas en la vida de la Iglesia, en su actividad misionera y en sus continuos procesos de reforma.
“Para dar un giro radical a la Iglesia, él (el Papa) nos llama a reconsiderar que el sujeto primero y fundamental de la misión es el conjunto de todos los fieles o, como enseña la Lumen gentium en el número 8, el pueblo de Dios” (Michele Giulio Masciarelli, Reforma sinodal, p. 12). El Sínodo es, por tanto, un momento de gracia eclesial cuyo protagonista es el Espíritu Santo; y el Pueblo de Dios está presente con todos sus componentes para dialogar y comprender los caminos que Dios indica a la Iglesia para vivir la misión del Señor en la historia.
Sínodo significa “camino recorrido juntos” por los miembros de una asamblea que se escuchan, llevan a cabo un discernimiento y toman decisiones. “Este es precisamente el sentido del ‘camino sinodal’ que el Papa Francisco tenía en mente cuando, en el primer capítulo de la Evangelii Gaudium, describió claramente la ‘transformación misionera de la Iglesia’ (EG, 19-49), proponiendo ‘una renovación eclesial impostergable’ (EG, 27), que tuviera en cuenta todas aquellas estructuras eclesiales en las que la comunidad cristiana a y actúa y se manifiesta: la parroquia (EG, 28), las comunidades de base, los movimientos y otras formas de asociación (EG, 29), la Iglesia particular diocesana (EG, 30-31), las Conferencias Episcopales y las estructuras centrales y papales de la Iglesia universal (EG, 32)» (Giulio Albanese, “Las expectativas de África sobre el Sínodo”, L’Osservatore Romano, 6 de octubre de 2023).
El Concilio Vaticano II ha puesto en valor la realidad del Sínodo de los Obispos, entendido como una asamblea consultiva convocada por el Papa con el objetivo de reflexionar, informar y aconsejar. Con el Papa Francisco, todo el Pueblo de Dios está invitado a participar en el Sínodo según las indicaciones de los documentos conciliares Lumen Gentium y Gaudium et Spes. El Sínodo de los Obispos se convierte en el Sínodo del Pueblo de Dios, que es la totalidad de los bautizados y está compuesto por el Papa, que está a la cabeza, los cardenales, obispos, sacerdotes, personas consagradas, hombres y mujeres llamados a afrontar los problemas urgentes del mundo de hoy y los caminos misioneros que la Iglesia debe recorrer para llevar el Evangelio a todos los hombres y a todas las periferias humanas. sociales y geográficas.
El tema del reciente Sínodo es precisamente la sinodalidad de la Iglesia en tres dimensiones interconectadas: comunión, participación, misión (Papa Francisco, 9 de octubre de 2021). La comunión es la naturaleza misma de la Iglesia, la participación nace de la comunión y es favorecida por ella, la misión es la razón de ser de la actividad de la Iglesia.
El Sínodo es comunión. El Concilio Vaticano II define a la Iglesia como misterio y comunión: misterio porque tiene su origen en Dios para después volver a Él; comunión, porque es la naturaleza misma de la Iglesia ser “koinonía”, es decir, compartir y fraternidad. De la “koinonía” “brota la misión de ser signo de la unión íntima de la familia humana con Dios” (cf. Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo de 1985). Comunión porque la Iglesia vive como comunidad de bautizados, de creyentes, de discípulos misioneros. La primera tarea de los miembros de una asamblea sinodal, de hecho, es evaluar el camino de comunión con Jesús y entre sí. En los trabajos sinodales de octubre de 2023, los participantes se reunieron durante tres semanas para conocerse y escucharse con vistas a una comunión de corazones y espíritu entre ellos y en Cristo. El objetivo de las reuniones sinodales es vivir una experiencia de comunión no solo para tomar nota de las problemáticas del mundo y de los desafíos que se plantean a la evangelización, sino también “hacer brotar sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, curar heridas, estrechar relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, caliente los corazones, devuelva la fuerza a las manos e inspire a los jóvenes -a todos los jóvenes, sin excluir a ninguno- con la visión de un futuro lleno de la alegría del Evangelio” (Papa Francisco, 3 de octubre de 2018, Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos). Se trata de comprender y desarrollar aquellas ideas y acciones que generen nuevos procesos en la Iglesia, involucrando a individuos y grupos, para que estas acciones y procesos respondan a una nueva evangelización (Evangelii gaudium, 233). En la entrevista concedida por el Papa al padre Antonio Spadaro en septiembre de 2013, estos principios se expresan de la siguiente manera: “Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. El tiempo inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios está en el tiempo, en los procesos continuos… Necesitamos iniciar procesos, en lugar de iniciar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto da preferencia a las acciones que generan nuevas dinámicas. Y requiere paciencia, espera” (La Civiltà Cattolica, 164, (2013/III), p. 468).
El Sínodo es participación. Hemos sido creados para vivir, actuar y caminar juntos, para soportar los sufrimientos de los demás y para compartir las alegrías que habitan en nuestros corazones. La sinodalidad promueve la escucha, la implicación y la participación del Pueblo de Dios. “Un Sínodo es siempre hermoso e importante, pero es verdaderamente fecundo si se convierte en una expresión viva de nuestro ser Iglesia, de una acción caracterizada por una verdadera participación” (Papa Francisco, 9 de octubre de 2021). Se trata de caminar juntos como bautizados, hombres y mujeres porque “hemos sido bautizados por un solo Espíritu en un solo cuerpo” (1 Co 12,13), en la diversidad de ministerios, carismas y responsabilidades. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a participar en la vida de la Iglesia y en su misión, y este es un importante compromiso eclesial para colaborar en la obra de Dios. La participación de todos es importante porque todos tienen algo que ofrecer para el bien de todos y pueden hacer su aportación personal a la vida de la comunidad. La participación indica un sentido de corresponsabilidad para toda la vida comunitaria y para toda la misión de la Iglesia. Cada uno debe tener un profundo sentido de pertenencia, expresar sus pensamientos e ideas, construir su propia Iglesia-comunidad con los demás. El Sínodo es un proceso que implica, a su manera y a su propio ritmo, a las Iglesias locales en un trabajo que inspira un estilo de comunión y participación en vista de la misión.
El Sínodo es Misión. La Iglesia existe porque es misionera, ha recibido “la misión de anunciar e instaurar en todos los pueblos el reino de Cristo y de Dios, y es semilla y principio de este reino en la tierra” (Lumen gentium, 5). Jesús es el primer misionero que vino en medio de nosotros a manifestar el amor y la misericordia de Dios: «El Hijo del hombre vino a buscar y salvar a los que estaban perdidos» (Lc 19,10) y «a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). De ahí la urgencia de la misión en cada tiempo y en cada lugar: partir, ir, relacionarse con los que buscan el rostro de Dios, con los que no lo conocen, con los que son indiferentes. El Sínodo es un acontecimiento de gracia para impulsar el anuncio del Evangelio a la luz de los signos de los tiempos: «Proclamad la Palabra, insistid a tiempo y a destiempo» (2 Tm 4, 2) para compartir nuestra fe con claridad y en lenguajes comprensibles, con estilos y formas siempre nuevos, porque se adaptan al tiempo histórico en el que vivimos. Por eso es necesario estar presentes en las periferias humanas, sociales y geográficas. Es necesario ser una Iglesia en salida, partir de uno mismo para abrirse al otro y ofrecer al otro un verdadero encuentro con Dios, para construir la civilización del amor en los lugares donde vivimos, para encontrar a la humanidad y contribuir a ofrecer una vida mejor a cada persona, especialmente a los pobres. Los frutos de la sinodalidad serán nuevos Pentecostés para la Iglesia y para el mundo. Más que nunca, la Iglesia necesita ser sinodal y misionera, trabajar ante todo en sí misma y abrirse a las necesidades de la humanidad. “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y cada estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo de hoy, más que para la autoconservación” (Evangelii gaudium, 27).
El Espíritu es el verdadero protagonista del Sínodo. El protagonista de cada Sínodo es el Espíritu de Dios. En los caminos sinodales, es necesario buscar la presencia y la voz del Espíritu a través de la oración, el compartir y el discernimiento de lo que es objeto de discusión. Sólo una comunidad que escucha al Espíritu y se escucha a sí misma como comunidad fraterna es misionera. Una Iglesia sinodal es una Iglesia misionera y una Iglesia misionera es una Iglesia sinodal, a partir de las tres palabras de referencia propuestas para el camino sinodal: comunión, participación y misión. “En el único Pueblo de Dios, por tanto, caminemos juntos para experimentar una Iglesia que recibe y vive el don de la unidad y se abre a la voz del Espíritu” (Papa Francisco, 9 de octubre de 2021). Sin el Espíritu Santo no puede haber Sínodo porque es la voz del Espíritu la que nos lleva a escuchar los sueños y las fatigas de la humanidad, es el Espíritu de Dios quien nos ayuda a interpretar los procesos misioneros que hay que activar en la Iglesia para responder a los desafíos de hoy. “Esta es la tarea principal del Sínodo: volver a centrar nuestra mirada en Dios, ser una Iglesia que mira con misericordia a la humanidad… una Iglesia unida y fraterna, o al menos que busque estar unida y ser fraterna, que escuche y dialogue; una Iglesia que bendiga y anime, que ayude a quien busca al Señor, que sacuda beneficiosamente a los indiferentes, que recorra caminos para iniciar a las personas en la belleza de la fe… En el diálogo sinodal, en esta marcha en el Espíritu Santo que hacemos juntos como Pueblo de Dios, podemos crecer en la unidad y en la amistad con el Señor para mirar con su mirada los desafíos de hoy” (Papa Francisco, 4 de octubre de 2023, Apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad).
Vivir la misión en un estilo sinodal nos lleva a caminar juntos para preguntarnos qué nos pide el mundo, permaneciendo abiertos a las sorpresas de Dios en favor de la humanidad. Ser discípulos misioneros es vivir en “modalidad sinodal”, en la oración y en la escucha del Espíritu de Dios, en la comunión y la participación, en el encuentro con los demás para comprender las necesidades y las necesidades de los hombres y mujeres de hoy y llevarles el Evangelio de la esperanza y de la alegría. “De las visiones emergentes de la Iglesia nacerán todavía nuevos modelos de misión, porque es precisamente en la misión donde la Iglesia revela su identidad más profunda (afirmación repetida desde la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI hasta la Evangelii Gaudium de Francisco) y puede dar la respuesta más genuina a la pregunta: ¿qué dices de ti misma? Es en la misión, de hecho, donde la Iglesia mejor se define a sí misma” (Manuel Augusto Lopes Ferreira, Nigrizia, febrero de 2024, p. 62).
Flavio Facchin omi