El significado del término “misericordia” viene de dos palabras latinas: miserere, que significa tener piedad, y cordis, que señala el corazón. Se trata de un sentimiento que nos hace sentir compasión por la infelicidad o la miseria de los demás y nos insta a ayudar a los necesitados y pide nuestra comprensión y solidaridad. La misericordia, en el ámbito religioso, nos invita a pedir perdón a Dios y al prójimo por nuestros errores, equivocaciones y pecados, pero también a ofrecer perdón: “perdonar” a los demás las ofensas o agravios recibidos. Las tres grandes religiones monoteístas, de diferentes maneras, afirman que Dios es misericordioso. “La misericordia tiene un valor que va más allá de los límites de la Iglesia. Nos relaciona con el judaísmo y el islam, que lo consideran uno de los atributos más calificativos de Dios” (Misericordiae vultus, 23). Entre los nombres conferidos a Alá, el Islam coloca en primer lugar al Misericordioso o Clemente. Casi todas las suras coránicas comienzan con una invocación a Allah Todopoderoso, Misericordioso y Clemente. Para nosotros, Dios es el “Padre de la misericordia” e invocamos a María como la “Madre de misericordia”.
Jesús es el rostro y la manifestación de la misericordia de Dios: con su palabra y sus obras reveló la riqueza de la misericordia divina. ¿Qué es la misericordia? San Agustín lo define así: “No es más que cargar el corazón con un poco de miseria de los demás. La palabra misericordia deriva su nombre del dolor de los miserables. Ambas palabras están en ese término: miseria y corazón. Cuando tu corazón es tocado, golpeado por la miseria de los demás, entonces eso es misericordia. Mirad, hermanos míos, que todas las buenas obras que hacemos en la vida sean verdaderamente de misericordia” (San Agustín, Sermón 358A). El Papa Francisco afirma: “Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el que Dios sale a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano o hermana que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es el camino que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amado para siempre” (Misericordiae vultus, 2). Paciente y misericordioso son palabras que se repiten a menudo en el Antiguo o en el Primer Testamento para decir quién es Dios. Su rostro y su acción misericordiosa se manifiestan en muchas acciones de la historia de la salvación y los salmos en particular manifiestan esta característica. Los salmos, de hecho, atestiguan la acción misericordiosa de Dios: “Él perdona todas tus ofensas, cura todas tus heridas… él te rodea de bondad y misericordia” (Salmo 103:3-4). Los salmos dan testimonio de los signos concretos de la misericordia divina: «El Señor libera a los cautivos, el Señor devuelve la vista a los ciegos, el Señor levanta a los caídos, el Señor ama a los justos, el Señor protege a los extranjeros, sostiene al huérfano y a la viuda» (Sal 146, 7-9).
“Eterna es su misericordia” es el estribillo que se repite en cada versículo del Salmo 136 mientras se cuenta la historia de la salvación. La repetición incesante “Eterna es su misericordia” quiere sostener cómo todos los acontecimientos de la historia se insertan en el amor de Dios. Y no solo eso: son introducidos en la eternidad y por eso la humanidad estará siempre bajo la mirada misericordiosa de Dios. El Evangelio de Mateo afirma que Jesús, antes de la Pasión, oró con este salmo; esto nos hace pensar que los acontecimientos de la Eucaristía y de la Cruz, momentos supremos de la Revelación del amor de Dios, fueron puestos bajo la luz de la misericordia. Saber que Jesús oró con este salmo nos asegura que también para nosotros “eterna es su misericordia”. Con confianza sentimos la plenitud del amor de Dios, que “Dios es Amor” (1 Jn 4,8.16) hecho visible por Jesús, porque todo en Él habla de misericordia y compasión.
En la Escritura, a menudo se afirma la primacía de la misericordia de Dios. “¿Cuál es el ayuno que agrada a Dios?” se pregunta en el libro del profeta Isaías. “¿No es este más bien el ayuno que quiero: desatar las cadenas de la injustas, quitar las correas del yugo, liberar a los oprimidos y romper todo yugo? ¿No es en compartir el pan con el hambriento, en traer a casa al pobre y al desamparado, en vestir al desnudo, sin descuidar a los tuyos? Entonces surgirá tu luz como la aurora, ensegida se curarán tus heridas, ante tí marchará la justicia, la gloria del Señor te seguirá. Entonces llamarás y el Señor te responderá, suplicarás ayuda y Él dirá: “¡Aquí estoy!”. Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando abras tu corazón al hambriento y sacies al alma afligida, entonces tu luz brillará en las tinieblas, tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará siempre, te saciará en tierras áridas, fortalecerá tus huesos; serás como un huerto regado como un manantial cuyas aguas no se secan” (Is 58,6-11).
En el Evangelio de Lucas, Jesús comienza su misión en la sinagoga de Nazaret leyendo una parte del rollo del profeta Isaías (61,1-2): «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos,la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de la misericordia del Señor» (Lc 4, 18-19).
En el Nuevo o Segundo Testamento, particularmente en el Evangelio de Lucas, Jesús revela la compasión y la misericordia de Dios. Tres parábolas, en el capítulo 15 del texto de Lucas (llamadas las parábolas de la misericordia, pero también de la alegría: la de la oveja perdida, la de la moneda encontrada y la del padre misericordioso con sus dos hijos), manifiestan la felicidad de Dios cuando el hombre vuelve a encontrar el camino de la vida. Y en el Evangelio de Marcos, después de haber liberado al hombre de Jerash, poseído por el demonio, Jesús le confía una misión especial: «Anuncia lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que te ha mostrado» (Mc 5,19). La vocación del evangelista Mateo se sitúa también en un contexto de misericordia: al pasar por delante de la mesa de impuestos, Jesús pone su mirada en Mateo. Es una mirada de amor y misericordia y, a pesar de la situación de pecador de Mateo, Jesús lo elige y lo llama a formar parte del grupo de los Doce Apóstoles. Jesús mira a Mateo con amor misericordioso y lo elige. “Miserando atque eligendo”, es decir, “lo miró con misericordia y lo eligió”, que es el lema episcopal elegido por Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco.
La Iglesia experimenta que el Señor nos precede en el amor y en la misericordia; por eso la comunidad evangelizadora de discípulos misioneros “sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir a su encuentro, buscar a los que están lejos y llegar a las encrucijadas para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de ofrecer misericordia, fruto de haber experimentado la misericordia infinita del Padre” (Evangelii gaudium, 24). Son maravillosas e importantes las palabras del Papa Francisco: tener “un deseo inagotable de ofrecer misericordia”. ¿Nos cuestionan?, ¿nos involucran?, ¿nos comprometen? ¿No consiste también la misión de la Iglesia, de todos nosotros, en hacerse cargo del anuncio y del testimonio del perdón? San Juan Pablo II afirmaba que «la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia —el atributo más admirable del Creador y Redentor— y cuando atrae a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador» (Dives in misericordia, 13). Así, la misericordia de Dios está en el centro del anuncio de Jesús y la Iglesia tiene la misión de llevar este anuncio, viviendo en primera persona la misericordia recibida y por dar. El lenguaje, los gestos y las obras de la Iglesia deben transmitir misericordia para ser creíbles en la indicación de los caminos que conducen a Dios.
Misericordia y perdón. ¿Qué significa perdonar? “El perdón no es una buena obra que se pueda hacer o no: es una condición fundamental para los cristianos… El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, es el antídoto que cura los venenos del rencor, es el camino para calmar la ira y curar muchas enfermedades cardíacas que contaminan la sociedad” (Papa Francisco, 17 de septiembre de 2023). ¿Cuántas veces tienes que perdonar? ¿A veces, de vez en cuando, a menudo, siempre? Pedro pregunta a Jesús y la respuesta nos deja sin aliento: “No te lo digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22). Es decir, ¡siempre! Es una fuerte lección para nuestras vidas. Así como recibimos el perdón de Dios, nosotros también podemos ofrecer el perdón. Estamos llamados a vivir de la misericordia porque la misericordia se nos concede a nosotros mismos. El perdón se convierte para nosotros en una expresión importante del amor misericordioso de Dios, con todas las dificultades y esfuerzos que este proceso nos exige. Amados, podemos ofrecer amor. Perdonados, podemos ofrecer perdón. Dios siempre está dispuesto a perdonar a los que se arrepienten, pero eso no significa que se comprometa con el pecado. Sólo el arrepentimiento por el mal cometido y el camino de conversión del hombre justifican el perdón de Dios. “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado, y nadie puede poner límites al amor de Dios que perdona”(Misericodiae vultus, 3). San Agustín dice: “Tú eres médico, yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, yo soy humilde” (San Agustín, Confesiones, X, 28.39).
“El perdón es el signo más visible del amor del Padre que Jesús ha querido revelar a lo largo de su vida. No hay página del Evangelio que pueda ser apartada de este imperativo de amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su existencia terrena, al ser clavado en la cruz, Jesús tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Nada de lo que un pecador arrepentido pone ante la misericordia de Dios puede permanecer sin el abrazo de su perdón. Es por esta razón que ninguno de nosotros puede imponer condiciones a la misericordia; sigue siendo siempre un acto de gratuidad del Padre celestial, un amor incondicional e inmerecido” (Misericordia et misera, 2). Dejar el rencor, la ira y la venganza son condiciones para vivir una vida en Cristo, para ser hijos e hijas de Dios. Jesús propone el perdón y la misericordia como forma de vida: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). “Donde la Iglesia está presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos, en resumen, dondequiera que haya cristianos, todos deben poder encontrar un oasis de misericordia”(Misericodiae vultus, 12).
Hay un doble compromiso en vivir la misericordia: el de perdonar y el de ayudar al prójimo necesitado. Si sólo Dios es la fuente del perdón y es capaz de perdonar los pecados, la misericordia es una condición para vivir la profecía del perdón entre los hombres, como rezamos en el Padre Nuestro: «Perdóna nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12). La invitación es a saber mantener la mirada fija en el amor de la misericordia para convertirnos nosotros mismos en signos eficaces de la misericordia de Dios. Como Iglesia sentimos la responsabilidad de ser el signo vivo del amor de Dios en el mundo. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Se trata de un verdadero programa de videa. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama y de cómo somos capaces de dar misericordia curando las heridas con el óleo de la consolación, curándolas con la solidaridad y la debida atención, abriendo los ojos a las miserias del mundo, a las heridas de tantos hombres y mujeres, escuchando el grito de los pobres y de los que piden ayuda. No podemos permanecer indiferentes, mirar hacia otro lado, apartar la mirada para no ver tantas formas de pobreza y las muchas formas de miseria que requieren una mirada de misericordia y compasión: el hambre, la enfermedad, las personas solas, tantas otras explotadas. No hay misericordia sin concreción: «No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3, 18). El Papa Francisco, en un discurso pronunciado durante el Jubileo de la Misericordia, dijo: “Hermanos y hermanas, ustedes representan el gran y variado mundo del voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia se encuentran ustedes que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dan forma y visibilidad a la misericordia. Ustedes manifiestan uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada. En las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos. La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales… En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Ustedes hacen visible la ley de Cristo, la de llevar los unos los pesos de los otros (cf. Ga 6,2; Jn 13,24). Queridos hermanos y hermanas, tocáis la carne de Cristo con las manos: no lo olvidéis” (Discurso a los participantes en el Jubileo de los Agentes de la Misericordia, 3 de septiembre de 2016).
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia“ (Mt 5,7) es una de las Bienaventuranzas. A los misericordiosos, Jesús les promete lo que ya viven: misericordia. De hecho, ¿qué más podría dar a los misericordiosos? La misericordia es el don de las riquezas y la plenitud de Dios a los hombres. Los misericordiosos ya viven de la vida misma de Dios. La misericordia, en el sentido bíblico, es mucho más que un aspecto del amor de Dios. La misericordia es el ser mismo de Dios. Dios pronuncia su nombre a Moisés –«Yo soy el que soy» (Ex 3,14)- y proclama: «El Señor, Dios es clemente y misericordioso, lento a la cólera y abundante en gracia y fidelidad» (Ex 34, 6). La gracia y la misericordia son el ser de Dios. La misericordia viva nos hace partícipes de la vida misma de Dios: “Por la misericordia hacia el prójimo sois como Dios“ (Basilio el Grande).
Vivir la misericordia significa luchar contra la indiferencia hacia el prójimo. La declinación de las obras de misericordia es una síntesis del estilo evangélico del discípulo misionero y de la comunidad cristiana, por la que hacemos nuestras esas obras de dar de comer al hambriento, ofrecer de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger a los extranjeros, asistir a los enfermos, visitar a los presos, llevar alivio a los que sienten separación de sus seres queridos fallecidos; así como aconsejar a los que dudan, enseñar a los que no saben, amonestar a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar a los que nos molestan, orar a Dios por los vivos y por los muertos. El Evangelio de Mateo, capítulo 25:31-46, describe una “práctica misericordiosa” mediante la cual seremos llamados “benditos de mi Padre celestial”. “La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que hace manifiesta y tangible la verdad profunda del Evangelio”, dice el Papa Francisco, según el cual “todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre” (Misericordia et misera, 1). El amor y la misericordia son vida concreta: intenciones, gestos, actitudes que vivimos en nuestras acciones cotidianas. Para no ser analfabetos de misericordia, los discípulos misioneros actúan en la misma longitud de onda que el Padre: “Como el Padre ama, así aman ellos a sus hijos. Como él es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos los unos con los otros” (Misericodiae vultus, 9).
Concluimos con unas palabras del Papa Francisco extraídas de la Carta Apostólica del 20 de noviembre de 2016, escrita al final del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. “Este es el tiempo de la misericordia.Cada día de nuestro camino está marcado por la presencia de Dios que guía nuestros pasos con la fuerza de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para modelarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense en ser ajeno a la cercanía de Dios y a la fuerza de su ternura. Es el tiempo de la misericordia para que los débiles e indefensos, lejos y solos puedan aferrarse a la presencia de los hermanos y hermanas que los apoyan en la necesidad. Es el tiempo de la misericordia para que los pobres sientan sobre sí mismos la mirada respetuosa pero atenta de quienes, superados por la indiferencia, descubren lo esencial de la vida. Es el tiempo de la misericordia para que todo pecador no se canse de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre” (Misericordia et misera, 21).
Flavio Facchin omi