La palabra pueblo estaba casi olvidada en el lenguaje de la Iglesia. Ahora, con el Papa Francisco, ha encontrado una nueva vida. “Y ahora comenzamos este camino, como obispo y pueblo…”, dijo el día de su elección como pontífice. En su documento programático Evangelii Gaudium, la palabra “pueblo” aparece 164 veces y es el sustantivo más utilizado a lo largo del texto. Nos convertimos en miembros de este pueblo “naciendo del agua y del Espíritu” (Jn 3,5), es decir, por la fe en Jesucristo y por el bautismo. La condición de este pueblo es «la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyo corazón habita el Espíritu Santo como en su templo» (Lumen gentium, 9); su misión es la de ser luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5, 13-14); su finalidad es vivir el Evangelio y ser auténticos testigos de él. Dios prometió a Abraham una descendencia formada por «una gran multitud, más numerosa que las estrellas del cielo» (Gn 15,5), que se convertiría en un pueblo particular al que Dios se revelaría y con el cual establecería una alianza: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo» (Jr 7,23).
El Concilio Vaticano II describe a la Iglesia como el pueblo de Dios. La expresión expresa a todos los bautizados en la variedad de sus dones y funciones. ¿Qué significa ser el pueblo de Dios? “En primer lugar, significa que Dios no pertenece en exclusiva a ningún pueblo; porque nos llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación se dirige a todos, sin distinción, porque quiere la salvación para todos” (Papa Francisco, Audiencia General del 12 de junio de 2013). La invitación es para todos: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28,19). Todos son candidatos a conocer a Dios y para ser parte de su pueblo. Dios invita a todos a ser parte de su vida y de su amor. La Iglesia, considerada como Pueblo de Dios, es una de las novedades más importantes del Concilio Vaticano II: una Iglesia habitada por Dios, habitada por la alegría, habitada por el amor a Dios y a los pobres, testigo de la belleza del amor de Dios. Me pregunto si sentimos como verdadera la afirmación de que la Iglesia es el pueblo de Dios y cuánto hemos conseguido realizarlo hasta ahora…
La Iglesia es el pueblo de Dios. Un pueblo donde cada bautizado es discípulo y misionero en virtud de su fe y por obra del Espíritu; donde hay una variedad de dones y carismas al servicio de la misión; donde todos viven con igual dignidad: los llamados a la jerarquía y cada uno de los bautizados. La Iglesia está formada por mujeres y hombres consagrados a Dios en el bautismo con funciones diferentes, pero todos, hombres y mujeres, constituyen un solo pueblo. Todo bautizado pertenece a este pueblo porque “ser cristiano es pertenecer al pueblo de Dios…” (Papa Francisco, 7 de mayo de 2020). Si no somos conscientes de que somos un pueblo, no somos verdaderos cristianos. Y somos un pueblo de todas las razas, lenguas y naciones. Sí, ser cristiano es pertenecer al pueblo de Dios. “No hay identidad plena sin pertenecer a un pueblo. Por lo tanto, nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja red de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios ha querido entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo” (Gaudete et exsultate, 6). Todos están implicados en la historia del Pueblo de Dios: “En esta historia del pueblo de Dios, hasta llegar a Jesucristo, hubo santos, pecadores y mucha gente común, buena, con virtudes y pecados, pero todos. La famosa ‘multitud’ que siguió a Jesús, que tenía un sentido de pertenencia a un pueblo. Un cristiano autoproclamado que no tiene este don no es un verdadero cristiano”. (Papa Francisco, 7 de mayo de 2020).
La Iglesia es el Pueblo de Dios que camina a lo largo de la historia y hasta nuestros días. El pueblo es la expresión visible de la Iglesia, ¡es la Iglesia misma! Es un pueblo entre pueblos, formado por personas de diferentes culturas, lenguas y formas de vivir la fe. Es todo este pueblo el que anuncia el Evangelio. “Dios ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados…; nos atrae, teniendo en cuenta la compleja red de relaciones interpersonales que conlleva la vida en una comunidad humana”; y también: «Este pueblo que Dios ha elegido y convocado es la Iglesia»(cf. Evangelii gaudium, 112-113). El Pueblo de Dios es la Iglesia formada por hombres y mujeres bautizados en el Señor. Es el encuentro personal con Jesús lo que une a las personas en un pueblo. La Iglesia no es una cuestión de personas aisladas o de una institución orgánica y jerárquica: “Cuando hablamos de pueblo, no debemos entender las estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como individuos, sino como tejido de una comunidad de todos y para todos, que no puede permitir que los más pobres y débiles se queden atrás. El pueblo quiere que todos participen en los bienes comunes, y por eso se ponen de acuerdo para adaptarse al ritmo de los últimos…” (Víctor Manuel Fernández, “Una teología para el pueblo”, discurso del 21 de febrero de 2024 en la Pontificia Universidad Lateranense).
La Iglesia es el Pueblo de Dios formado por hombres y mujeres. La Iglesia no es la jerarquía y sus autoridades, sino que es ante todo un cuerpo compuesto de bautizados que, en su complementariedad, constituyen la imagen de Dios. Cuerpo de bautizados que, en su diversidad, forman la Iglesia. ¡Cuántos hombres y sobre todo cuántas mujeres están comprometidas desde las parroquias del mundo en la catequesis, la animación litúrgica, los servicios caritativos, el anuncio misionero! ¡Cuántas madres han transmitido la fe a sus hijos! La Iglesia es una comunidad de hombres y mujeres donde el sacerdocio bautismal es el valor fundacional y más importante de la comunidad eclesial; esto no significa disminuir el sacerdocio ministerial, que confiere al cuerpo eclesial líderes al servicio de la Palabra y de la Eucaristía, de la caridad y de la unidad. Pensemos en una “Iglesia polifónica en comunión de mujeres y hombres” (Cf. Anne-Marie Pelletier, Una comunión de mujeres y hombres, ed. Qiqajon, 2020). Una Iglesia que es pueblo de Dios en la convivencia de las diferencias entre masculino y femenino, cada uno con sus bellezas y dones, hijos e hijas de Dios que contribuyen con su foma específica a la difusión del Evangelio y a la construcción del Reino de los Cielos. Las páginas bíblicas nos hablan de profetas y profetisas, de hombres y mujeres. Jesús fue seguido por hombres y mujeres, discípulos y apóstoles como Pedro y María Magdalena. A las mujeres les fueron resevados los anuncios del nacimiento y resurrección de Jesús.
En la Iglesia, hombres y mujeres viven y trabajan como discípulos misioneros que se dejan modelar por el Maestro. En el Pueblo de Dios hay una comunión eclesial fundada en el único bautismo; sin embargo, reconocemos que es necesario “ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, así como reconocemos la necesidad de “promover la integración de las mujeres en los lugares donde se toman decisiones importantes” (Papa Francisco, 11 de octubre de 2020). Es urgente, como decía Yves Congar, «asumir la medida de la Iglesia en su totalidad, en todo su volumen, como ‘societas fidelium’, comunidad de los que ‘invocan el nombre del Señor’, ‘pueblo de Dios’, ‘Iglesia de los santos’, convocada a vivir ‘bajo la moción del Espíritu’» (cf. Yves Congar, Para una teología de los laicos, Morcelliana 1966). Podríamos decir, citando a Congar, que en la Iglesia, Pueblo de Dios, “uno solo es el Sacerdote, todos son sacerdotes, algunos son presbíteros”.
La Iglesia es el pueblo de Dios formado por los bautizados con sus pastores. ¡El Papa, los obispos, el clero están al servicio del pueblo! Su autoridad está al servicio de cada bautizado. “El pastor va delante del pueblo para mostrar el camino, en medio del pueblo como uno más, detrás del pueblo para estar cerca de los que van más retrasados. El pastor no está arriba, sino que está en medio” (Papa Francisco, 11 de octubre de 2022). El pastor vive con el pueblo, se preocupa por el pueblo, vive por el bien del pueblo. Vive con los demás, sin sentirse por encima de los demás. Vive al servicio de un pueblo que es un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. La oración que el sacerdote pronuncia durante el bautismo, antes de rociar su cabeza con el óleo del crisma, atestigua que es Dios mismo quien nos consagra en Cristo sacerdote, rey y profeta para hacernos miembros de su cuerpo (cf. Rito del bautismo). Somos un pueblo de sacerdotes en la vida, en la oración y en las obras para llevar tanta humanidad a Dios; somos un pueblo de profetas comprometidos en anunciar el Evangelio con la palabra y el testimonio; somos un pueblo de reyes por la dignidad de hijos e hijas de Dios que se nos confiere. «Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios» (Dt 7,6). «Vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,6).
La Iglesia es el pueblo de Dios en misión, viviendo y anunciando el Evangelio. El anuncio, la evangelización, llevar el Evangelio es la vocación de la Iglesia, es la vocación de todo bautizado. La misión es la vocación del pueblo de Dios. La Iglesia está en diálogo con todos, especialmente con los pobres, con los que viven en las periferias, con toda la humanidad. La Iglesia es abierta, en relacion, en movimiento, en salida. Esta misión “se cumple simplemente viviendo el don de la fe en la condición en la que [los bautizados] se encuentran, en medio de la dinámica ordinaria y de los acontecimientos imprevistos, de los que está hecha la vida cotidiana” (Gianni Valente, “La Iglesia como pueblo misionero”, Agencia Fides, 23 de noviembre de 2023). “Hay una forma de predicar que es responsabilidad de todos nosotros como un compromiso diario. Se trata de llevar el Evangelio a las personas con las que cada uno tiene que tratar, tanto a las más cercanas como a las desconocidas. Es una predicación informal que se puede hacer durante una conversación y también es lo que hace un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo significa tener la disposición permanente de llevar el amor de Jesús a los demás, y esto sucede en cada lugar, en la calle, en la plaza, en el lugar de trabajo, en la calle» (Evangelii gaudium, 127). Es el pueblo en su conjunto el sujeto activo para llevar la vida de Dios a la humanidad. El Pueblo de Dios es el protagonista de la evangelización, del anuncio y del testimonio.
Flavio Facchin omi